lunes, 22 de octubre de 2007

LA LEY DEL EMBUDO. Antonio Robles.



Quiero transcribir un artículo escrito por Antonio Robles, Diputado del Parlament Catalan y prepulsor de la corriente interna de C's "Izquierda Liberal", en el diario digital "Libertad Digital".


Es un artículo más del corte de Robles, en contra de las injusticias impulsadas por el nacionalismo escluyente en Cataluña, y con gran sentido común.




Espero os guste.




Izquierda liberal
La ley del embudo, según Carod-Rovira







Carod-Rovira dejó meridianamente claro el derecho que le asiste ante cualquier intento imperialista de cambiarle el nombre. Pero, entonces, ¿por qué su Gobierno le cambia el nombre a todos los niños de Cataluña cuando llegan a la escuela?

Antonio Robles




Para mí lo ancho y para ti lo estrecho. O sea, la ley del embudo. En esto se podría resumir la más impúdica de las imposturas que el vicepresidente del Gobierno de la Generalidad, Josep Lluís Carod-Rovira, tuvo la desvergüenza de largar el martes en el programa de TVE Tengo una pregunta para usted. Ante la pregunta impertinente de un espectador que le castellanizó su nombre (en vez de llamarle Josep Lluís, insistió en dirigirse a él como José Luis), el vicepresidente le espetó irritado: "Yo me llamo así (Josep Lluís) aquí y en la China, y usted no tiene ningún derecho a modificar mi nombre". Y tiene toda la razón del mundo el vicepresidente de la Generalidad; en la forma y en el fondo. Sólo tiene una disculpa el telepreguntador: que desconozca la importancia que tiene para un catalanista el reconocimiento en su propia lengua. Es verdad que puede ser un problema menor, incluso se podrá argüir que para la mayoría de catalanes le importa un carajo si le llamas José o Josep, pero quien ha decidido ser reconocido por su nombre exacto tiene derecho a ser respetado. Y ese impertinente preguntador no respetó al ciudadano Josep Lluís Carod Rovira.



Cayó en ese mismo error, pero aumentado, una señora madura cuando le dijo con cierto desprecio: "No tengo ningún interés en aprender catalán". No venía a cuento, no formaba parte de su pregunta, no aportaba nada y, sin embargo, tenía la voluntad de herir, de despreciar. La señora puede carecer de interés por aprender catalán, árabe o el resto de idiomas del mundo; está en su derecho, pero su desinterés no le da derecho a despreciar de manera tan gratuita la lengua de su interlocutor. Aquí también tuvo razón el vicepresidente: con esas actitudes no se ganan amigos, se inventan conflictos.



¿Dónde está, por tanto, la ley del embudo de Carod Rovira? "Us-ted no tie-ne nin-gún de-re-cho a mo-di-fi-car mi nom-bre", dijo, recalcando cada palabra para dejar meridianamente claro el derecho que le asiste ante cualquier intento imperialista de cambiarle el nombre. Pero, entonces, ¿por qué su Gobierno, como todos los gobiernos anteriores de Jordi Pujol, le cambia el nombre a todos los niños de Cataluña cuando llegan a la escuela? ¿Sabían ustedes que, desde hace muchos años, la administración educativa de la Generalidad catalaniza todos los nombres de todos los niños sin excepción al llegar al sistema escolar público? Y no hay queja que valga, porque el sistema de inmersión llega hasta a los nombres; es preciso cambiar su seña de identidad para marcarle como a una res desde su más tierna edad. Y no proteste: ningún derecho será reconocido. Sólo el sentido común de algunos profesores permite recuperar el nombre real de los niños y niñas en sus relaciones orales, pero vuelven a catalanizarse en cuanto hay un libro de escolaridad oficial o el certificado médico.



¿Cómo se atreve a dar lecciones de respeto político, quien está dirigiendo ese mismo sistema que roba el nombre a cientos de miles de niños en Cataluña? Doctor Jekyll y Mister Hyde, esquizofrenia, quizás cara dura; no puede ser que nuestros propios dirigentes nos tomen por idiotas. Esas vestiduras desgarradas con razón se convierten ante este hecho indubitable en chulería y despotismo de un dirigente dogmático que es incapaz de ver la viga en el propio ojo y se indigna con la paja en el ajeno.



Se atrevió también a exigir la pluralidad a España que él mismo y sus huestes nacionalistas son incapaces de garantizar en Cataluña: "España tiene que salir del armario y aceptar su diversidad". ¡Qué morro! Esto del nacionalismo es inaudito. ¿Cómo se puede estar tan ciego? (Sólo se puede explicar por el síndrome del forofo del fútbol, que es incapaz de ver mala fe en su equipo pero toda en el equipo contrario.) España ya salió del armario vestida con la Constitución española del 78 y desde entonces respeta, ampara y difunde las lenguas españolas injustamente relegadas durante la dictadura; garantiza que el señor Josep Lluís Carod-Rovira pueda llevar el nombre que quiera (a pesar de que él se la salte al no respetar ese mismo derecho a los niños catalanes), avala la igualdad de derechos de todos los españoles vivan donde vivan (aunque él se la salte e impida estudiar en su lengua materna a los niños castellanohablantes) y garantice el bilingüismo en todas las instituciones que dependen todavía del Estado central, mientras él impone el monolingüismo en cada una de las instituciones que dependen de su Gobierno.
Cínica indignación. Algún día se recordará esta época como la persistencia de las actitudes falangistas de la posguerra española encarnadas en el nacionalismo de siempre. Lo más difícil será plantarles ante el espejo sin que lo rompan a fuerza de tanta contradicción.






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